Una de algo histórico macabro. Los productores de cadáveres eran asesinos que mataban gente para vender
sus cuerpos a las escuelas médicas donde se estudiaba anatomía. Los que los robaban de las tumbas se llamaban resucitadores. A principios
del siglo XIX estaba en pleno auge el estudio del cuerpo humano. Los
investigadores y los estudiantes de médico tenían necesidad de muchos cuerpos
para estudiar y practicar.
Lo más normal era acudir a cadáveres de fallecidos que no tuvieran
familia y fueran entregados a la ciencia. Pero no era suficiente para abastecer
las necesidades de los centros médicos. Así que dichos centros comenzaron a
pagar por los cadáveres que se les entregaran.
Así surgieron lo que se vino en llamar “resucitadores”. Eran gente que
asaltaba los cementerios por la noche y robaba de su tumba a alguien enterrado últimamente.
Después lo llevaban a un centro médico y lo vendía. No hacían allí demasiadas
preguntas y pagaban bien.
Pagaban tan bien que por un cuerpo podían dar lo que era la paga de varios meses de un obrero. Con lo que muchos fueron los que se apuntaron
a resucitador.
Pero cada vez era más difícil ya que ante las protestas del público los
cementerios comenzaron a ser vigilados de forma que se volvió más complicado el
saquear tumbas.
Surgen los fabricantes de difuntos: los asesinos
El paso siguiente fue el surgimiento de los productores de cadáveres. O
sea, no esperaban a que alguien falleciera para de algún modo hacerse con sus
restos sino que directamente asesinaban a personas para después llevar sus
cuerpos a los centros anatómicos y venderlos por una buena cantidad.
El negocio era fabuloso. La materia prima era muy abundante y prácticamente gratis. Sólo había que ir liquidando al que se pusiera a tiro y venderlo. Quedar con alguien en algún sitio solitario se convirtió en alto riesgo.
Aunque hubo muchos casos en aquellos tiempos, quizás los más famosos son
los que puse al principio, Burke y Hare. Burke era un irlandés que se fue a
Escocia a trabajar en un puerto. Allí conoció a una mujer y juntos se fueron a
vivir a una casa de huéspedes que regentaba Hare.
Falleció un huésped en la casa y a nuestros dos hombres se les ocurrió
vender sus restos al doctor Knox, que pagaba muy bien: el sueldo de seis meses
de obrero por pieza. Todo salió de forma fantástica. Ello hizo pensar a los dos pillos que era
un buen negocio al que dedicarse. Corría el año 1827.
Como comprobaron que asaltar cementerios era arriesgado y trabajoso
decidieron fabricar ellos mismos el producto. Se pusieron a liquidar a vivos.
Elegían a gente solitaria, que no tuviera familiares cercanos. Un método era
tomar copas con ellos en alguna taberna y después ir a su casa con la excusa de
seguir trasegando.
Una vez en casa de la víctima lo asesinaban y cargaban su cuerpo con
destino al Dr. Knox. Como a veces estaba aún caliente el cadáver, le decían que
lo habían recogido fallecido en una acera y que nadie se preocupaba de él, que
no había problema. El doctor se lo creía o hacía como que se lo creía y les
pagaba.
Burke y Hare despertaban sospechas porque no trabajaban en nada conocido
y se daban la buena vida en los bares de la zona. Pero nadie se imaginaba de
donde salía el dinero.
Se descubre el negocio macabro:
Cuando llevaban quince asesinatos, (comprobados posteriormente, porque
pudieron ser más), cometieron un error. Una señora que acudió a la casa de huéspedes
fue asesinada por ellos y la dejaron en la habitación de Burke para entregarla
más tarde.
Otra mujer que estaba en la casa tuvo sospechas al no ver por la mañana a la señora y aprovechando que los
dos socios se habían ido a tomar unas copas entró en la habitación y vio a la mujer asesinada. Fue a la policía y se descubrió el pastel.
Aunque Burke y Hare negaban toda relación con el crimen, finalmente Hare
llegó a un acuerdo con la justicia: si confesaba quedaría libre aunque tendría
que abandonar Escocia. Y contó como producían cadáveres para aquél doctor echando toda la culpa a su compinche.
El resultado fue que Burke fue ahorcado. La novia de éste y Hare abandonaron Escocia. El doctor Knox tuvo que irse también o le hubieran linchado los
vecinos.
La paradoja es que el cuerpo de Burke acabó en una mesa de disección
para enseñanza de alumnos y su piel fue retirada y empleada para forrar libros.
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