Séneca, de origen hispánico, ejerció la abogacía en Roma, pero también fue filósofo, de la rama estoica, y predicaba la frugalidad. Fue llamado como preceptor del joven Nerón por la esposa del César Claudio. Y cuando Nerón fue convertido en César, entre sus tropelías, estuvo la de matar a su hermano y a su madre, para evitar lo que él creía un peligro para su trono. El discurso de tapadera de la vil acción en el Senado lo dio Séneca y agradecido, Nerón le entregó los cuantiosos bienes del hermano asesinado al abogado y filósofo. Aunque con la abogacía y negocios de prestamista había hecho Séneca ya una importante fortuna, con éste regalo de Nerón, la incrementó notablemente, hasta hacerle inmensamente rico. Basta ver que su fortuna llegó a ser mayor que la que había tenido uno de los hombres más ricos y poderosos de Roma, Craso, que había formado triunvirato con Julio César y que armaba legiones a su costa. Finalmente, Nerón le acusó de estar implicado en una conspiración para destronarle y le condenó a muerte. Con estoicismo, Séneca se suicidó tomando cicuta y cortándose las venas en el año 65 de nuestra era.
Si la obra filosófica legada por Séneca fue importante, su vida pública no parece de lo más encomiable. Primero, como preceptor de Nerón, cabe calificarla de fracaso, por cuanto Nerón fue un necio y psicópata gobernante. Y después, el apoyo político a Nerón a pesar de los desmanes de éste y aceptar la fortuna del hermano asesinado como pago de favores, tampoco era demasiado encomiable. Más bien parece que Séneca fuera el prototipo del filósofo que mantiene lo de “hacer lo que yo os digo pero no lo que yo hago”.
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