Todos los experimentos sobre
el tema llegan a la conclusión de que gritar palabrotas es bueno para soportar
situaciones desagradables, tal como el sentir dolor o stress. Incluso puede
ayudar en una terapia contra la ansiedad, como apunta el meme de humor
anterior.
Lo normal al sufrir un daño
es gritar. Está en los genes. Es una reacción de defensa ante algo que te ataca
al tiempo que se avisa al resto de la tribu. Incluso ante el peligro el grito
era una forma de reacción. Aparecía de repente un tigre dientes de sable y el
homínido gritaba, para intentar asustar al terrible depredador, para darse
valor al intentar hacerle frente y para ver si otros homínidos oían el aullido
y acudían en su auxilio. Con la evolución del lenguaje se pasó del mero grito a
los insultos con malas palabras.
O sea, si agarras con la mano de forma distraída un hierro que está caliente, la primera reacción es un grito.
Pero no basta. Es mucho más llevadero si además sueltas unas cuantas palabrotas
malsonantes. Incluso hacen que la sensación dolorosa disminuya.
Los insultos y malas
palabras surgen de la parte interior del cerebro más primitiva, no del centro
del lenguaje situado en el hemisferio izquierdo de la cabeza. Eso indica que
los insultos y malas palabras no son más que una forma más evolucionada del
grito instintivo.
Naturalmente no debe
inducirse de todo esto el que seamos mal hablados o nos dediquemos a insultar a
todo el mundo a troche y moche. Decirle groserías a alguien es de mala
educación y puede provocar una reacción violenta en el otro. No digamos si eso
se hace públicamente, que puede llegar a ser delito. Es más prudente y mejor
terapia que te insultes a ti mismo.
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