El hacer la pelota moviendo la cabeza de arriba abajo para hacer ver que
se está interesado en lo que dice el adulado e indicarle que se está de acuerdo
es habitual. Una investigación sociológica de la Faketown University ha establecido que ese
movimiento de asentimiento aumenta exponencialmente con la importancia de la
persona a la que se está dando coba.
O sea, que cuanto más subas en el escalafón social más movimientos de
cabeza asintiendo a lo que digas verás alrededor tuyo. Esa adulación con la
testa que sube y baja mientras tu hablas elevará tu autestima y tu egocentrísmo
y hará que te sientas más seguro en tus ideas.
Hay dos tipos de cobistas. El que lo hace por empatía, para ser amable
con el otro sin ningún fin material y el que lo hace por interés de halagar a
su jefe pensando que así obtendrá beneficios en su trabajo.
Peloteo y vanidad
Ser adulado llena de satisfacción al vanidoso. Como decía De la
Rochefoucauld, el peloteo es una falsa moneda que el vanidoso convierte en auténtica:
acaba creyendo lo que el lisonjeador le dice.
En las grandes empresas y organizaciones políticas es habitual el
peloteo desde la base hasta la cúspide. Los cuellos de los empleados de esas
empresas o partidos políticos se ejercitan sin cesar todos los días para subir
y bajar la cabeza ante otro que está más alto en el escalafón.
La adulación se convierte en una táctica de supervivencia o de ascenso.
El que discrepa es tachado de pesimista, resentido o que tiene mal rollo. Nadie
se atreve a disentir por dudoso que sea el proyecto que se proponga.
Adulación y fanatismo
El riesgo que corre el adulador es que si las cosas vienen mal dadas, si
el fracaso del proyecto es gordo, puede ser él el que pague el pato, no el gran
jefe, que achacará a los que le apoyaron la idea el haberla llevado adelante
hasta el desastre final.
A fuerza de linsojear al jefe, muchos acaban perdiendo de vista que no
era más que una táctica y se convierten en fanáticos. Porque se empieza
haciendo la pelota por medrar aunque uno no esté de acuerdo con las ideas
propuestas y se puede acabar creyendo que todo lo que el jefe propone es
brillante.
El lisonjeador convertido en fanático se convierte en masajeador del
jefe y en propagandista de sus virtudes inexistentes. Su afán es convertirlo
aún en más poderoso de lo que es ya que cuanto más se eleve esa imagen más se
eleva la del propio pelota que va en la chepa del madamás.
Se empieza moviendo la cabeza para asentir lisonjeramente y se acaba
imitando al lisonjeado. El pelota acaba vistiendo, haciendo gestos o usando
expresiones de su adulado. Se dice que la imitación es una de las formas
supremas de adular.
En cierta forma el que hace la pelota pretende ser un manipulador. Con
sus lisonjas puede conseguir seducir a otro para obtener sus favores sexuales o
puede conseguir un ascenso o puede empujar a su jefe hacia donde él quiere.
El diseño y venta de este modelo de coche de Ford fue sonado. Los expertos estimaron que era un diseño inadecuado dirigido a un mercado también de forma equivocada. ¿Nadie del montón de ejecutivos y técnicos de la empresa se dio cuenta de que era un mal proyecto?. ¿O es que había mucho peloteo hacia arriba en la cadena de mando?.
No confundir hacer la pelota con la buena educación
No hay que confundir la adulación con la buena educación. Las formas de
la cortesía impiden ser groseros con la gente con la que nos cruzamos y obliga
a ciertas mentiras para quedar bien. No se le puede decir a alguien con quien
subimos en el ascensor que vaya feo que es usted o que ropa más horrible lleva.
Es normal decir lo de “encantado de conocerle” cuando nos presentan a
alguien aunque nos parezca un bicho desagradable. Ser amable por educación no
es hacer la pelota. Se adula cuando se persiguen unos fines como conseguir
favores, posicionar bien ante el jefe o seducir a alguien.
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