No parece posible saltar sin paracaídas desde un avión a cinco mil metros de altura y sobrevivir pero sucedió. Durante la Segunda Guerra Mundial, el sargento británico Nicholas Alkemada, al que vemos en la foto anterior, saltó desde un bombardero Lancaster. No lo hizo por gusto. El sargento iba en dicho bombardero como artillero. El aparato formaba parte de una escuadra de bombarderos que iban en misión de guerra sobre Alemania.
De repente, un caza alemán interceptó la formación, disparó y alcanzó al avión del Sargento. Estos grandes aviones llevaban torretas de cristal con ametralladoras para intentar defenderse de los ataques de los cazas. En una de ellas iba el sargento Nicholas.
Las balas del caza alemán alcanzaron un depósito de combustible y el bombardero se incendió. El fuego se extendió y comenzó a alcanzar la torreta del artillero donde iba nuestro hombre.
Llegó un momento en que el calor se hizo insoportable. El sargento echó manos al paracaídas para saltar pero vio que éste comenzaba a arder. Lo intentó apagar y se quemaba en las manos. Las llamas ya le abrasaban la cara y decidió que era mejor tirarse al vacío que morir achicharrado. Sin pensarlo más, abrió la puerta de la torreta y saltó. Cayó los cinco mil metros libremente.
Foto de bombardero similar al de la historia. |
Llegó un momento en que el calor se hizo insoportable. El sargento echó manos al paracaídas para saltar pero vio que éste comenzaba a arder. Lo intentó apagar y se quemaba en las manos. Las llamas ya le abrasaban la cara y decidió que era mejor tirarse al vacío que morir achicharrado. Sin pensarlo más, abrió la puerta de la torreta y saltó. Cayó los cinco mil metros libremente.
A esa altura, cuando llega al suelo, un cuerpo humano lleva una velocidad de unos doscientos kilómetros por hora. Es mortal de necesidad. Salvo en el caso que nos ocupa. Nicholas cayó sobre un bosque de pinos. Atravesó la maraña de ramas y finalmente impactó contra un suelo nevado. Cuando se vio sobre la nieve, no podía creer que estuviera vivo.
Al cabo de un tiempo, una patrulla alemana lo encontró magullado. Como no había paracaídas en la zona, pensaron que lo había escondido, que era un espía británico en una operación de infiltración en Alemania. Lo detuvieron. Ser acusado de espionaje suponía ser fusilado. Pero el sargento contó su historia, mostró las quemaduras de sus manos.
Los alemanes juzgaron increíble que hubiera caído desde cinco mil metros y que sobreviviera pero nuestro hombre insistía en su historia.
Intrigados, los alemanes decidieron investigarlo. Comprobaron que sobre esa posición del bosque había pasado una formación de bombarderos, que habían sido atacados por cazas alemanes y que algún bombardero había sido alcanzado. Sobre el lugar donde apareció el sargento, no se observaba que hubiera nieve removida ni se encontró paracaídas ni otro objeto enterrado.
El cuerpo de Nicholas estaba lleno de pequeñas astillas de madera producto de atravesar ramas y más ramas de árboles. Al final dieron como válido el suceso que llenó de asombro a todos. El sargento acabó en un campo de prisioneros de guerra y fue liberado al fin de la misma.
En un documental francés sobre la Historia de la Aviación pude ver una entrevista que le hicieron al antiguo sargento sobreviviente unos treinta años después del suceso. Le llevaron al mismo lugar de los hechos y en la misma fecha. Allí se veía el pinar y también estaba nevado. Nuestro hombre explicó como durante su caída libre pensó en que todo se había acabado allí. Después notó que cruzaba a través de ramas y más ramas de pino de forma vertiginosa. Se rompían y pequeñas astillas se clavaban en su cuerpo. Al final se sintió hundido en una gruesa capa de nieve. Estaba magullado y herido pero vivo. Su historia se ha convertido en algo insólito e histórico.
Torreta de artillero en la proa del avión. Iba dotado de otras torretas similares a lo largo del fuselaje.
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