El ir a la cárcel voluntariamente es lo que se les pasa por la cabeza a algunos para combatir la crisis. Al menos se le pasó a Antonio, un empresario arruinado de Málaga, (España). Estaba en las últimas y no tenía ánimo de ponerse a mendigar. Así que decidió que mejor cometer un delito y acabar en la cárcel. Y el delito que eligió fue atracar un banco.
Calculó la ejecución de modo que le cayeran de uno a tres años. Después, calculó que al salir de prisión tendría una renta de inserción de algo más de cuatrocientos euros durante un año y medio, si le condenaban a más de seis meses. En todo ese tiempo esperaba que la crisis en la que está sumido el país remontara y él podría encontrar un empleo adecuado a sus conocimientos. Veamos al atraco y el fracaso del plan.
EL ATRACO:
Así que ni corto ni perezoso se presentó en una sucursal de La Caixa, en Málaga. Gritó que iba armado y que aquello era un atraco. Los empleados y clientes se quedaron blancos. Al cabo de un rato, Antonio les dijo a los empleados de la Caja catalana que avisaran a la policía, que se quería entregar. Cuando le detuvieron comprobaron que no llevaba un arma.
FRACASA EL PLAN:
El fracaso del plan vino cuando después de pasar la noche en el calabozo de la policía, un juez dictaminó que sería acusado de un delito de faltas. O sea, que le dejan libre y le piden una multa de ciento ochenta euros: no va a la cárcel y más deuda.
CÁRCEL VOLUNTARIA:
Lo que plantea el caso del ex empresario Antonio es que podrían construirse cárceles voluntarias. Lugares donde gente arruinada pudiera ingresar sin tener que cometer ningún delito. Allí tendría un techo, comida y un lugar donde reorientar su vida con un mínimo de dignidad.
Sería una forma de prevención de delitos. Quizás muchos preferirían ingresar en las cárceles voluntarias antes que delinquir para sobrevivir. Y esas cárceles serían mucho más baratas que las cárceles de verdad: no habría que establecer costosas instalaciones para que la gente no se fugue.
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