El diario Telegraph se hizo eco de la noticia de dos comilones tragones expulsados de un restaurante con bufé en Reino Unido porque según el dueño llevaban camino de provocar la ruina del negocio. Los zampones, según el dueño del local, G.Dalmon y A. Miles, tienen prohibida la entrada en el local. Después de dos años en que los tuvo como clientes, el dueño consideró que su voracidad comiendo sobrepasaba todo límite. Como se sabe, el bufé consiste en que pagas un dinero establecido fijo y comes lo que quieras de lo que haya disponible.
La disputa se plantea entre los afectados y el dueño del restaurante. Mientras los comilones se defienden diciendo que los platos que proporciona el local son pequeños y que tenían que acudir a por más raciones, el dueño alega que comían como hipopótamos insaciables, yendo continuamente a por más y molestando al resto de clientes.
Una cuestión peliaguda:
Los afectados se acogen a su derecho a comer lo que desean en el bufé de acuerdo con los términos del contrato. No hay límites por definición del tipo de negocio. Pero el dueño estima que han de existir unos límites racionales aunque no figuren por escrito a la entrada del local. Es algo peliagudo.
Es el problema de bufé. Tiene su encanto para muchos. Sabes lo que vas a pagar y después te sirves lo que quieres entre una diversidad de platos sin preocuparte en cuanto puede subir la cuenta. Es un reclamo de muchos restaurantes. Pero tienen ese riesgo: el de la mayor o menor voracidad de los clientes. Si la oferta de platos mantiene un mínimo de calidad y los clientes son gente dispuesta a resarcirse de lo que pagan o simplemente son tragones, el negocio puede naufragar.
Si la oferta de platos es tipo bazofia, no tendrá muchos clientes salvo que los precios sean muy bajos. Y si la oferta de platos es razonablemente aceptable de acuerdo con el precio, el riesgo es que los Gargantúas devoradores te lleven a la ruina.
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