La forma de vestir y la
forma de ser o comportarse están relacionados. Por ejemplo, una persona bien vestida y
atildada es más sofisticada que una persona descuidada. Pero además, al cambiar
el vestido, suele cambiar tu comportamiento.
Hay varios experimentos sociológicos sobre el tema que así lo demuestran. El estado mental de la persona se modifica
según la vestimenta que se ponga. Tratas de comportarte de acuerdo con el
comportamiento que esperas que corresponda al vestido que portas.
Incluso aunque esa ropa no
sea visible puede influir. Una mujer con lencería erótica se cree más seductora
e incluso tratará de serlo. Si lleva unas bragas vulgares e incluso rotas será
todo lo contrario, se sentirá poco atractiva.
Eso lo sabían ya muchos
grandes directores de cine que cuidaban los detalles en los actores. Por
ejemplo, si alguien tenía que hacer el papel de millonario le colocaban un
reloj muy valioso en la muñeca, aunque no fuera a ser mostrado en la escena: el
actor se sentía “más millonario” si portaba objetos valiosos aunque fuera en
los bolsillo.
Lo mismo que si un actor
debía hacer de ganster llevaba un revólver en la funda sobaquera aunque tampoco
se mostrara en la escena que iba a ser grabada. Sentir el arma en su sobaco identificaba
más al actor con su papel.
Cada forma de vestir se
asocia mentalmente a una forma de ser y la mente trata de interpretar ese papel
asociado a esa vestimenta. Se observa también en los carnavales de disfraces:
la gente se transforma no sólo por afuera sino también por dentro.
La vestimenta indica una forma de ser y hasta un estado de ánimo. Es una especie de disfraz del que carecemos cuando estamos en pelotas.
Una persona elegante vestirá
armoniosamente, con ropa más cara o más barata, de acuerdo con su presupuesto. Una
persona hortera vestirá de forma estridente independiente de su presupuesto. Y
a la inversa también se produce reacción. Una persona elegante a la que se
vista de forma estridente se sentirá insegura y se comportará más zafiamente mientras que el hortera vestido
de forma elegante afinará su comportamiento.
De ahí la importancia en
vestir adecuadamente en las entrevistas de trabajo o de negocio de acuerdo con
la actividad a la que se aspire. La primera impresión se basa mucho en la
apariencia y lo que más se ve es la ropa que llevamos.
El estado de ánimo que
tengas hace que te vistas un día de una forma o de otra. Se observa más en las
mujeres ya que tienen un espectro de ropa y colores más amplio. Y al revés, si
te vistes de una forma u otra tu estado de ánimo a lo largo del día será
diferente.
Antecedentes prehistóricos:
Cuando los occidentales
llegaron a Oceanía se encontraron con que había montones de tribus que vivían
prácticamente en la edad de piedra. Cada tribu tenía una forma de acicalarse
diferente a las otras. Unos llevaban los cuerpos pintados de blanco, otros de
rojo, otros con rayas, etc. Sus penachos y adornos eran también distintos.
Los miembros de una tribu no
consideraban como humanos de la misma especie a los de otra: no “vestían” como
ellos. Se evitaban y sus contactos eran pocos salvo cuando combatían entre sí,
generalmente para devorarse. Si eran diferentes eran aptos para comer. Incluso
actualmente se dan casos. En 2012, en Papúa, Nueva Guinea, fueron detenidos 29
caníbales que devoraron a siete personas.
Curiosamente el fenómeno de
las tribus urbanas actuales reproducen en cierta forma los esquemas de aquellas
tribus de la edad de piedra aunque sea con menos violencia y sin antropofagia.
O eso espero.
Resumen:
Existe el dicho de que el
hábito no hace al monje o que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Es cierto. Pero bien vestida de seda trata de ser menos mona. La mente trata de
adaptarse al rol que asocia con la vestimenta que el cuerpo lleva encima.
De eso se valen los
timadores, que se visten de acuerdo con el rol que quieren desempeñar para
engañarnos. Su aspecto externo adecuado al papel que fingen hace más fácil que
burle nuestra credibilidad.
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