El misterio del avión bombardero desaparecido en el desierto es el
de un B-24 que durante la Segunda Guerra Mundial fue dado por perdido sobre el
Mediterráneo. Pero no había caído al mar. Nadie se imaginaba la odisea sucedida
hasta que se encontraron sus restos muchos años después.
El avión norteamericano había partido de Libia en Abril de
1943 para una misión de bombardeo sobre objetivos militares en Nápoles junto a
otros aviones similares. Una tormenta de arena hizo que se abortara la misión
porque los visores de lanzamiento de bombas de los aparatos quedaron cegados.
En el regreso, se hizo de noche. Todos los aparatos
aterrizaron en su base menos uno que lo hizo en Malta por falta de combustible
y otro que no apareció. Lo dieron por derribado sobre el Mediterráneo y a su
tripulación como muerta.
Pero en 1959, un equipo
que buscaba petróleo en el desierto libio encontró los restos del aparato. Estaban
en bastante buen estado. Se veía que había planeado y aterrizado sin destruírse.
Pero no había restos de la tripulación ni de los paracaídas.
Se avisó a los EE.UU. que enviaron una expedición para
investigar. Por la numeración del aparato comprobaron que era el bombardero
dado por perdido sobre el Mediterráneo. ¿Qué hacía a unos cuatrocientos kilómetros
dentro del desierto de Libia?.
Un diaro aclara lo que pasó en el avión
Al no haber paracaídas, dedujeron que la tripulación había
saltado. Se organizaron búsquedas por parte del Ejército del Aire
norteamericano para encontrar los restos pero después de barrer cientos de quilómetros
cuadrados no encontraron nada de los nueve tripulantes.
En 1960, otro equipo de búsqueda de petróleo encontró restos
de cinco personas a unos ciento cincuenta kilómetros al Norte de donde se había
hallado el aparato estrellado. Entre los restos había un diario que contaba las
visicitudes sucedidas. Ocho habían saltado en paracaídas y el noveno tripulante
lo hizo después, pero nunca se unió a ellos. No lo vieron.
Los ocho decidieron caminar hacia el Norte pero apenas tenían
agua ni comida. Después de varios días de marcha, cinco perecieron. Eran los
hallados. El resto siguió caminando pero fueron pereciendo. Buscando, los
norteamericanos fueron encontrando los restos de todos los muertos. Menos el
del que había saltado sólo, que fue encontrado más tarde por casualidad. Tenía
el paracaídas puesto: no se había abierto y se mató contra el suelo al
lanzarse.
Se investiga lo sucedido en el vuelo
El Ejército de EE.UU. hizo investigaciones para intentar comprender que había pasado con aquél vuelo al que creían derribado sobre el Mar Mediterráneo. El avión se había separado del resto del grupo y de noche, se había desorientado. Los sistemas de navegación entonces no eran muy precisos. El bombardero creía estar volando sobre el mar cuando en realidad ya había entrado en el desierto libio.
Se sabe que pidió una ayuda de posición a la base. La base
disponía de una antena que marcaba el rumbo del aparato pero no permitía saber
si se alejaba o se acercaba. Dieron por sentado que es que se acercaba desde el
mar cuando en realidad se estaba alejando hacia dentro del desierto.
El rumbo que le dieron le conducía aún más tierra adentro. Había
un error de 180 grados. La base creía que se estaba acercando desde el mar y el
avión, de noche, creía estar volando sobre el mar hacia la base. Confusión fatal. Hay que tener en cuenta que de noche, volando a gran altura, el mar y el desierto no se diferencian a simple vista.
El bombardero siguió volando hasta que a unos cuatrocientos
kilómetros de la costa, en pleno desierto, se agotaba el combustible. Decidieron
abandonar el aparato con paracaídas. Creían aún que estaban sobre el mar, tal
era el despiste que tenían. Se pusieron los chalecos y tomaron unos botes
hinchables de goma con ellos. Para su sorpresa, cayeron sobre arena. Y en una trampa
mortal. No había más que desierto en trescientos kilómetros a la redonda. Pero
ellos no lo sabían porque no disponían de mapas de ese desierto. El noveno
tripulante saltó después de los otro ocho pero su paracaídas no se abrió y se
mató en la caída.
Saltar en paracaídas fue un error
El avión continuó su vuelo un rato hasta perder altura y aterrizar él sólo sobre la arena con relativamente pocos daños. De haber sabido que estaban sobre el desierto, probablemente hubieran intentado un aterrizaje forzoso en vez de saltar en paracaídas. Porque el avión llevaba agua a bordo y ello les hubiera permitido alguna supervivencia. Pero saltar con lo puesto salvo un poco de comida individual y una cantimplora de agua por persona en pleno desierto era una muerte lenta asegurada, que es lo que sucedió.
Basta ver que habían caído en una zona desértica por donde
nadie pasó en quince años desde el accidente. Y una vez localizado el avión,
tardaron meses en localizar los restos de los tripulantes. Es decir, aquellos
hombres no tenían casi ninguna posibilidad de que hubieran sido rescatados. Estaban
en medio del desierto en ninguna parte y además los habían dado por derribados
sobre el Mediterráneo. Ocho habían sobrevivido pero por unos días hasta que
murieron de sed.
Pueden verse algunos objetos abandonados en el suelo por los ocupantes del avión para librarse de peso durante su fatal marcha por el desierto. Se aprecia un chaleco salvavidas de los que se pusieron creyendo que se hallaban sobre el mar.
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