El hombre que vendió la Estatua de la Libertad por una buena suma de dinero fue Arthur Ferguson. Pero antes de venderla, había vendido otras cosas. Veamos como empezó la historia.
Un día de 1923, Ferguson se encontraba en la Plaza de Trafalgar en Londres y vió a un turista mirando extasiado la estatua de Lord Nelson. Ferguson entabló contacto con dicha persona, explicándole algo sobre el Almirante Nelson, cuando averigüó que el turista era un multimillonario norteamericano.
Así que le contó al millonario que esa estatua estaba en venta porque Inglaterra quería recaudar dinero a toda prisa y que estaba de saldo por seis mil libras. Entonces esa era una cantidad importante de dinero, pero evidentemente, poco para una obra como aquella, con sus leones, su columna, su estatua y sus fuentes.
El turista, convencido de que Ferguson estaba allí para buscar compradores para la estatua en nombre del Gobierno, extendió un cheque, que el bribón de Ferguson fue rápidamente a cobrar. El millonario fue a buscar una empresa capaz de desarmar y empaquetar el monumento para llevarlo a EE.UU.
La empresa contactada, extrañada, dijo que no haría tal cosa sin ver algún documento oficial que autorizase desmontar aquél tinglado de Trafalgar Square. Al final, fue Scotland Yard quien desengañó al incauto multimillonario haciéndole ver que había sido víctima de un timo.
Pero Fergurson, comprobado que el truco funcionaba, siguió con sus ventas. Veamos algunas de las más notorias de las que se tienen constancia. A otro millonario le vendió el Big Ben londinense. Y a otro, el propio palacio de Buckingham donde vivía la Reina de Inglaterra.
De Londres se fue a París, donde rápidamente vendió la Torre Eiffel a otro turista norteamericano diciéndole que se vendía como chatarra. Sólo tenía que desmontarla y cargarla en un barco chatarrero.
De Francia saltó a EE.UU., donde alquiló la Casa Blanca de Washington, residencia del Presidente del país, a un millonario texano, por el precio de cien mil dólares durante un año, una fortuna entonces.
En Nueva York, le vendió a un australiano la Estatua de la Libertad. Pero durante la venta, se hizo una fotografía con el australiano y cuando se descubrió el pastel de la estafa, esa foto fue determinante para identificar a Ferguson, que ya había despertado sospechas de ser un timador de altos vuelos.
Arthur Ferguson, el hombre que vendía monumentos. No cabe echar en saco roto las enormes dotes de persuasión que debía tener éste hombre. Sus timos o estafas eran por cantidades de dinero muy importantes y no trataba con pardillos a los que se engaña vendiendo unos abalorios. Trataba con hombres ricos que habían hecho fortunas en el duro mundo de los negocios. Por ejemplo, para vender la Estatua de la Libertad había convencido previamente al timado de que Nueva York iba a hacer una ampliación del puerto y que esa estatua estorbaba y que lo mejor era venderla para usar el dinero para las obras portuarias.
Con la colaboración del timado australiano, la policía pudo detener a Ferguson y fue condenado a cinco años de cárcel. En 1930 fue puesto en libertad y se dedicó a darse la gran vida en Los Angeles con el dinero que había amasado.
Como vemos, un argumento de película donde la realidad supera a la ficción. Porque haces un guión así sin que hubiera ocurrido de verdad y todo el mundo diría que vaya imaginación, que eso no es posible.
Como vemos, un argumento de película donde la realidad supera a la ficción. Porque haces un guión así sin que hubiera ocurrido de verdad y todo el mundo diría que vaya imaginación, que eso no es posible.
1 comentarios :
No dices si al final el señor fundó un partido político o algo jajajajajaa madera tenía desde luego...
Saludos
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